Las conductas
humanas tienen consecuencias sobre el bienestar de los otros; cotidianamente estamos
obligados a tomar decisiones con implicaciones éticas. Resolvemos dilemas
familiares, opinamos sobre asuntos públicos, votamos por un partido político, o
escogemos, de acción en acción, nuestro rumbo en la vida. Por ello, la enseñanza de la ética es
fundamental en todo el sistema educativo.
Una sociedad
civilizada es una que prepara a sus ciudadanos para identificar situaciones o preguntas
morales y a razonar sistemáticamente sobre ellas. Una educación ética pertinente para nuestra
época prepara para reflexionar sobre nuestras propias creencias, así como sobre
los valores que han moldeado la vida de los demás, en la historia y el espacio,
y así llegar a una posición en la que nos encontremos listos para adoptar, como
propios, los valores que guiarán nuestro quehacer cotidiano.
La enseñanza de
la ética no es sinónimo de adoctrinamiento. Necesariamente requiere que las
personas estén expuestas y reflexionen sobre distintos sistemas de creencias,
aun cuando no estén de acuerdo con ellos.
Indistintamente de los credos religiosos, convenciones sociales, tabúes,
ideologías políticas y nociones de legalidad, todo ser humano debe comprender
que el pensamiento ético lo obliga a actuar correctamente.
A pesar de sus propios intereses o deseos,
debe comulgar con ciertos principios mínimos de convivencia social, como el
respeto a los derechos de los otros, incluyendo su libertad y bienestar; de
ayudar a aquellos que más lo necesitan; de buscar la verdad y el bien común; de
disminuir sus tendencias egocéntricas en sus propios pensamientos y conductas;
y de buscar que el mundo sea un lugar más justo y compasivo.
Una educación
ética apropiada motiva a los alumnos a ser consistentes entre lo que dicen y lo
que hacen; a evitar utilizar un estándar para sí mismos distinto al estándar
con el que evalúan a los otros; y a ser honestos ante la evidencia y argumentos
que puedan existir en contra de sus puntos de vista. Además, les permite
identificar comportamientos socialmente deseables, como mostrar amabilidad,
contención, misericordia, civilidad, apertura intelectual, perdón,
benevolencia, caridad, respeto y justicia con los demás. El propósito es que los alumnos lleguen,
deliberadamente, a afirmar y vivir bajo sus propios principios.
Parece ser que
el MEP recién integró la enseñanza de la ética en la educación de tercer ciclo
y la diversificada, un paso en la dirección correcta. Ahora, preocupa que la
mayor parte de carreras universitarias adolezcan de formación ética. No convence que digan que la formación ética
se desarrolla de forma transversal en el currículum cuando se sabe que no se
constata. CONARE y CONESUP nos harían un favor si exigieran la incorporación de
este componente en todos los planes de estudio universitarios en Costa Rica.
Publicado en La República el 11 de noviembre de 2013: https://www.larepublica.net/app/cms/www/index.php?pk_articulo=533307752
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