viernes, 28 de marzo de 2014

El prejuicio del clasismo

Cuando hablo del prejuicio, me refiero a esa tendencia perniciosa de los seres humanos de prejuzgar, de forma negativa, a un grupo de personas o a los miembros de ese grupo, por su forma de vestir, hablar, pensar o actuar. Cuando se actúa sobre el prejuicio, se discrimina y se ofende, deteriorando así el bienestar humano.  El racismo, el sexismo, la homofobia, la discriminación por edad o por religión son prejuicios comunes en nuestra cultura.  Otro prejuicio es el clasismo, la actitud discriminatoria que defiende y mantiene las diferencias entre las clases sociales. Este prejuicio se evidencia en las declaraciones o creencias de las personas cuando se expresan en términos despectivos sobre las personas que tienen más dinero, poder, o posición social,  o cuando se expresan, por el contrario, con disgusto por las personas que no lo tienen. 


Los prejuicios se basan en estereotipos que sostienen las personas, en las sobre-generalizaciones que hacemos con respecto a un grupo social, las cuales típicamente son negativas.  Muy frecuentemente, estos estereotipos van de la mano con conductas discriminatorias, lo que pone a los miembros del grupo en situación de desventaja, al ser tratados injustamente por el simple hecho de pertenecer a ese grupo.  Es así como los clasistas tildan al millonario de estafador, agarrado o explotador, o al pobre, como holgazán, parásito o malagradecido.  

¿Pero por qué somos así?  Según los estudios en el campo de la psicología del prejuicio, nacemos con una tendencia natural de clasificar la información que percibimos en categorías mentales, para facilitar nuestro entendimiento del mundo.  El problema con categorizar rígidamente a las personas en “ellos” y “nosotros”, es que tendemos a minimizar las diferencias entre las personas de nuestro propio grupo, y a exagerar las diferencias entre los grupos sociales distintos, lo cual distorsiona nuestras percepciones de la realidad.

También somos prejuiciados porque nos acomodamos a las normas sociales de nuestro grupo, buscando un sentido de pertenencia, autoestima e identidad; si el grupo al que pertenecemos es prejuiciado, las personas que lo conformamos adoptamos las creencias y conductas prejuiciadas del grupo, y luego nos resistimos a cambiar de parecer.   

Las personas con más baja autoestima son los que tienen más predisposición de expresar prejuicios.  Juzgamos sin saber porque tenemos poco contacto con personas que no pertenecen a nuestro grupo social.  Por ello, antes de juzgar a las personas, debemos tomarnos el tiempo de conocerlas.  Desde mi propia experiencia, las  primeras impresiones usualmente son equivocadas.  Las palabras y pensamientos destructivos envenenan el alma de quien las dice y piensa, aunque sea en broma.  No hagamos a otros lo que no nos gusta que nos hagan. A quienes somos sujetos de estos prejuicios nos duele.  Seamos gente educada y humana.

Publicado el 27 de marzo de 2014 en La República.

viernes, 7 de marzo de 2014

Educación cívica: Tarea pendiente

“¿Cómo asume usted sus responsabilidades cívicas?” Recuerdo, con asombro y desconcierto, las respuestas ofrecidas por los postulantes a esta pregunta contenida en un formulario de becas.  Todos adjuntaban fotografías de su participación en los desfiles de faroles, las marchas y bandas del 15 de setiembre, los bailes folclóricos del Día de la Anexión o del Día de las Culturas.  Sus responsabilidades cívicas se limitaban a participar de los actos organizados por su centro educativo, según entendí.

La educación cívica es insuficiente si su alcance se limita a que las personas se aprendan el Himno Nacional, o a identificar gestas, héroes y documentos importantes  de la historia costarricense.   Los ciudadanos deben comprender, con profundidad, los principios y valores democráticos y las estructuras y ámbitos de acción de los diferentes poderes del Gobierno.  Más importante aún, deben haberse familiarizado con los mecanismos, electorales y no electorales, mediante los cuales pueden ejercer su derecho a la libre expresión, la negociación, la participación política y el activismo dentro de movimientos sociales.

Con poca efectividad participarán los ciudadanos de una democracia si no cuentan con las destrezas intelectuales y disposiciones necesarias para identificar, interpretar o valorar asuntos atinentes a la vida pública.  Un ciudadano debe ser capaz de deliberar sobre los asuntos de interés comunal, ofreciendo, recibiendo y evaluando razones, de forma colaborativa con otros ciudadanos, aunque sostenga puntos de vista distintos. Debe saber dialogar activamente y con empatía.  Debe poderse expresar en público con claridad, precisión, seguridad y tacto. Debe poder discernir entre hechos y especulaciones.  Debe saber evaluar la calidad de sus propios argumentos y la de otros.

Más importante aún, debe ser capaz de comunicarse y trabajar con personas y grupos en ambientes organizacionales diversos; interactuar con representantes comunales y líderes políticos; y planificar, de forma estratégica, el cambio social y político. ¿Enseñamos a nuestros alumnos a hablar en público, a formular peticiones, a organizar y liderar reuniones? Les enseñamos a ejercer su liderazgo político en los ambientes escolares y comunales y a participar en campañas proselitistas?  Mostramos respeto por el trabajo que conlleva la función pública?  Les enseñamos a planificar, a buscar aliados, crear consenso y establecer coaliciones? 


¿Sabrían navegar en  los procesos electorales y no electorales para dar sus opiniones a conocer y a exigir que sus necesidades sean atendidas?  ¿Sabrían cómo y cuándo organizar protestas, huelgas y boicots? Sabrían realizar encuestas de opinión y comunicar sus resultados? Utilizan las redes sociales para fines políticos?  ¿Cuentan con las disposiciones cívicas para actuar con respeto, rechazo a la violencia, compromiso con el bienestar colectivo y apreciación de la diferencia?  Nuestra responsabilidad cívica va más allá de ir a votar…