Hace
un par de años asistí a una reunión en Casa Presidencial, en la que se
presentaron varios ministros del gabinete, personeros de CINDE, el INA y
representantes de las universidades principales del país. El objetivo era escuchar
la explicación de la importancia de graduar a más científicos, ingenieros y
tecnólogos, como si la carencia de especialistas en estos campos se debiera a la
falta de conocimiento de las universidades sobre la importancia que esta fuerza
laboral reviste para el desarrollo económico nacional.
Parece
ser que los pocos minutos que nos otorgaron para explicarles a los gobernantes los problemas estructurales que enfrentamos
las universidades en torno al cumplimiento de este objetivo no fueron
suficientes para informar la opinión de la señora Presidenta, quien siguió
quejándose en sus discursos de la ausencia de profesionales en estas ramas.
Asumamos
por un instante que hubiera suficientes graduados de colegios, interesados en matricular carreras
ingenieriles y tecnológicas, que no los hay, y que estos alumnos tuvieran las
capacidades matemáticas y analíticas requeridas para enfrentar, con éxito, los
requerimientos intelectuales de este tipo de carreras universitarias. ¿Cómo atenderían los sectores universitarios
públicos y privados esta demanda?
El
sector universitario público enfrenta una creciente presión social por admitir
más alumnos en sus aulas, utilizando los presupuestos que actualmente recibe. También se le exige abrir más cupos en las
carreras ingenieriles y científicas, que son las más intensivas en recursos
financieros, por la infraestructura, mobiliario, equipos, materiales didácticos
y recurso humano que requieren para impartirse; no cuesta igual educar a un
filósofo que a un ingeniero de materiales.
Para enfrentar esta demanda, tendrían que redireccionar recursos de
otras disciplinas, obligando a las universidades a reducir o eliminar programas
y plazas, lo que generaría una contienda con los sindicatos y un
cuestionamiento de fondo sobre los propósitos de la educación universitaria.
A
todo esto, resulta políticamente inconveniente solicitar más recursos
financieros al Estado, por ser, las universidades públicas, instituciones que siguen sin rendir cuentas
por los fondos que actualmente reciben, y por no haber demostrado la capacidad
de graduar al número de profesionales que el mercado laboral requiere en el
tiempo establecido por las mismas instituciones. Al día de hoy, nadie sabe
cuánto le cuesta realmente al Estado formar a cada graduado de esas universidades.
En
el sector privado, el reto es otro. El tramitar
una carrera para aprobación ante CONESUP sigue tardando aproximadamente dos
años, en gestiones meramente burocráticas que no aportan valor a la calidad de
los programas académicos que se presentan.
Por otra parte, el ente regulador insiste en que las universidades
inviertan en la infraestructura y recursos requeridos para impartir estas
costosas carreras antes de autorizarlas, una situación de alta inseguridad
jurídica y de inviabilidad financiera.
Publicado en La República el 7 de abril de 2014.
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