lunes, 30 de septiembre de 2013

Enseñar a pensar y el bachillerato

Se puede afirmar que todos pensamos, en el entendido de que somos capaces de concebir y relacionar ideas.  Pero no todos tenemos buenos hábitos de pensamiento, como la capacidad de generar preguntas y problemas con claridad y precisión; de recopilar y evaluar información relevante; o de llegar a conclusiones y respuestas bien razonadas.  Además, con frecuencia carecemos de las actitudes características de un pensador sofisticado, como la perseverancia, la humildad, la autonomía y la integridad intelectual.  Nunca aprendimos a pensar bien porque nadie nos preparó para ello.

Por cubrir y evaluar “la materia” en lugar de enseñar a pensar, el sistema educativo costarricense no ha permitido que los alumnos desarrollen sus capacidades para asumir, con responsabilidad, su papel protagónico en el proceso de aprendizaje. Presume que los alumnos educados son, por definición, los informados, no necesariamente los pensantes, por lo que muchos profesores no motivan a los alumnos a interrelacionar ideas entre las distintas disciplinas del conocimiento, adoptar posturas sobre dilemas complejos, ni defender sus puntos de vista con argumentos y evidencias. 

Los muchachos no desarrollan competencias ni disposiciones para considerar diversos puntos de vista, examinar sus supuestos, evaluar la veracidad de los hechos, explorar las implicaciones y consecuencias de distintas alternativas, o bien llegar a analizar contradicciones e inconsistencias en su propio pensamiento y experiencias de vida.  En efecto, el sistema educativo actual no los enseña a pensar, por lo que los muchachos se gradúan de la educación general básica sin saber resolver problemas, transferir ideas a nuevos contextos y tomar decisiones.

El proceso de enseñar a pensar no es antagónico a enseñar la materia, puesto que no se pueden desarrollar capacidades mentales pensando sobre la nada.  Los contenidos curriculares proveen la oportunidad para ser descubiertos, analizados y sintetizados.  Pero también la mente crea, organiza y transforma los contenidos, por lo que los alumnos deben aprender la materia por medio del ejercicio del pensamiento crítico, no con la realización de tareas memorísticas rutinarias.  Es así como el alumno puede aprender información valiosa, pero además debe comprender su propósito, los cuestionamientos que plantea, los conceptos que la estructuran, las suposiciones que la subyacen, las conclusiones que se extraen, las implicaciones que se derivan de esta, y los puntos de vista que se dilucidan. 

Si se pretende que los alumnos aprendan a pensar y disfruten de su proceso de enseñanza, deben ejercitar sus capacidades de razonamiento al leer, escribir, hablar y escuchar. Si se pretende que los profesores enseñen a razonar, deben saber razonar ellos mismos y el sistema educativo debe evaluar esa capacidad en los alumnos… y sus docentes.  


Es otra razón por la que sugería, en mi columna anterior, que las pruebas de bachillerato fueran sustituidas por una sola prueba de razonamiento.

Publicado el 30 de setiembre de 2013 en el Periódico La República https://www.larepublica.net/app/cms/www/index.php?pk_articulo=533306026

viernes, 20 de septiembre de 2013

Las pruebas de bachillerato y la propuesta de don Johnny

Publicado en La República, el 20 de setiembre de 2013 https://www.larepublica.net/app/cms/www/index.php?pk_articulo=533305627


Ante la propuesta de Johnny Araya de no requerir las pruebas de bachillerato a los alumnos que no piensan continuar con su formación universitaria, comprendo los argumentos de quienes se preocupan que el país pueda retroceder en materia educativa, pues según ellos, las pruebas establecen una lista de contenidos mínimos que todos deberíamos conocer. Sin las pruebas, los estudiantes aprenderían menos porque no se esforzarían por dominar la materia.  Además, el sistema educativo sería menos consistente porque cada centro podría variar, en detrimento de su calidad, el currículum oficial; y el país no contaría con información completa para comparar y mejorar el rendimiento general de los alumnos y los centros educativos.  Sin los resultados en las pruebas de bachillerato, no se podría brindar un grado de confianza a la población en el sistema educativo, un fin de gran valor político.

También comprendo la posición de los críticos, que indican que las pruebas de bachillerato evalúan solo contenidos mínimos de un currículum que no es el idóneo ni pertinente, a la luz de los requerimientos en la era del conocimiento.  Las pruebas evalúan el aprendizaje memorístico de algunos conceptos y hechos aislados, no el aprendizaje contextualizado y significativo de valiosas habilidades para el trabajo y la vida.  Lo que no se evalúa no se aprende ni se enseña, por lo que el tiempo que se destina a preparar a los muchachos para pasar las pruebas de bachillerato podría destinarse a la enseñanza del razonamiento matemático y científico, de la comunicación oral, escrita y visual; del uso de herramientas tecnológicas y los idiomas; de la ética y otras valiosas competencias generales y específicas de las disciplinas del conocimiento. 

Por otra parte, se utilizan las mismas pruebas para evaluar el aprendizaje en comunidades urbanas y rurales, afluentes y marginales, sin que su diseño refleje las disparidades en la disponibilidad de recursos, lo que claramente va en detrimento de los intereses de las comunidades desfavorecidas.  Por último, la implementación de las pruebas implica una enorme inversión financiera que podría destinarse a otros fines, como a la infraestructura, tecnología y otros recursos de aprendizaje.

Una alternativa sería graduar a los alumnos del colegio con la nota de presentación, pero además solicitarles que realicen una sola prueba de carácter internacional que evalúe sus capacidades de razonamiento.  Las calificaciones obtenidas, aunado a los datos socioeconómicos de los alumnos, podrían servir como un criterio de admisión y de otorgamiento de becas en todo el sistema universitario, público y privado, lo que generaría beneficios, no solo para los estudiantes y sus familias, sino para las universidades, que se ahorrarían los enormes costos de aplicar sus propias pruebas.  Los alumnos se esmerarían en salir bien evaluados en esta prueba, por lo que tendrían que aprender a razonar.  Finalmente, el país podría, con mucho menor costo, recopilar y comparar datos sobre la condición académica, socioeconómica y laboral de los alumnos, con el fin de evaluar los resultados de las instituciones educativas, en el corto, mediano y largo plazos.