viernes, 18 de septiembre de 2015

Para ser auténtico

Decía José María Figueres, en su lección inaugural del curso Socialdemocracia, que los costarricenses deberíamos aspirar a ser auténticos, ¿pero qué realmente significa eso? ¿Cómo saber quiénes realmente somos, para no ser una pobre imitación de lo que otros creen que deberíamos ser? 

Sospecho que buscaríamos identificar nuestras características más aparentes, utilizando esas etiquetas sociales heredadas por nacimiento o circunstancia, como el género, la lengua, las tradiciones culturales, el color de piel, los ritos religiosos, ideologías políticas u ocupación. 

En el ideario popular costarricense siempre fuimos blancos, católicos y campesinos, amantes de la “pura vida” − personas pacíficas, patrióticas, solidarias con el prójimo y defensoras de la educación y el medio ambiente − una sola familia de chonete, chancleta y bomba.

Sin embargo, no tenemos una cultura ni estilo de vida homogéneo. Hoy somos una sociedad con características predominantemente urbanas, pluriétnicas y multiculturales.  Vivimos en una aldea global, cada quien con sus rasgos sociodemográficos y de personalidad individuales, dinámicos y variables en intensidad, según el contexto y las demandas del entorno, de su estado anímico y de la etapa etaria en la que se encuentran.  Sobre lo demás, es difícil generalizar.  

Entre más vivamos en la superficie de nuestra identidad, menos contacto tenemos con nuestro ser interior, y más tendencia tendremos a exacerbar la defensa de nuestras particularidades y a entrar en conflicto con las personas distintas a nosotros. Entonces, a la luz de la globalización, ¿qué significa ser un pueblo auténtico, con una identidad vigorosa y un sentido de pertenencia, ya no a una etnia o una nacionalidad en particular, sino a la especie humana?  

Si me preguntan a mí, ser auténtico significa ser autónomo, conocerse a sí mismo y lograr ser  congruente entre las acciones y palabras con sus creencias y valores. Implica tener la capacidad de escuchar esa voz interior en búsqueda de la verdad y la virtud, y permitirle guiar sus decisiones cotidianas.   Requiere estar dispuesto a esforzarse cotidianamente por buscar la excelencia, pero también sacrificar relaciones y circunstancias que atentan contra ella.  Una cultura auténtica es una cultura abierta, flexible y adaptable a los requerimientos del entorno, no una cultura aferrada a lo que es popular o familiar.

La disciplina y el compromiso en esta búsqueda no necesariamente generan mayor comodidad, pero si un mayor sentido de propósito en la vida.   Razón tenía Ralph Waldo Emerson cuando indicó que “el propósito en la vida no es ser feliz, sino ser útil, honorable, y compasivo, para hacer una diferencia por el hecho de haber vivido y haber vivido bien.”

jueves, 3 de septiembre de 2015

Crónica de la muerte de la educación técnica superior

El Estado de la Educación reporta que el sector parauniversitario cuenta con una oferta académica muy limitada y una gran heterogeneidad en los centros de enseñanza.  Estima que 22 entidades parauniversitarias cuentan con una matrícula de unos 7.535 alumnos, cuando el sistema universitario atiende a 208.612 estudiantes. A sabiendas de que las instituciones parauniversitarias son las llamadas a suplir la oferta de los cuadros técnicos superiores que tanto requiere el sector  productivo costarricense, ¿por qué languidece el sector?

Entendamos la historia. Según Jorge Mora, de 1998 a 2003, la población de alumnos en parauniversitarias, públicas y privadas, disminuyó un 47%.  En esos 5 años, el sector privado perdió el 98% de su población.  ¿Mi explicación?  Los funcionarios del CONESUP, de forma arbitraria, prohibieron a las universidades privadas articular sus planes de estudios con los de las instituciones parauniversitarias.  Aunque parezca inconcebible, a las universidades se les sancionaba por reconocer los estudios cursados por los estudiantes en carreras de diplomado.  

No fue sino hasta 2005 que el CONESUP admitió que no existía ninguna razón que excluyera la posibilidad de que las universidades privadas pudieran reconocer estudios de diplomado. Demasiado tarde.

Pero el atropello a la libertad de enseñanza no acabó ahí. A las universidades privadas también se les prohibía impartir programas técnicos.  Podían impartir carreras de doctorado, pero no diplomados.  De hecho, el Consejo Superior de Educación, responsable de autorizar programas de diplomado, en su Acta 08-2004, le recordó a ULACIT que las universidades privadas no estaban autorizadas para impartir estos títulos, disposición absurda que fue ratificada por el Tribunal Contencioso Administrativo en 2011.  ¡La misma Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia indicó que el Estado no cometía ninguna violación en contra de la libertad de enseñanza de las universidades privadas al no permitirles impartir diplomados!

Ese mismo año, ante la presión ejercida por el sector productivo y las universidades privadas, el Ministro Garnier planteó una consulta a la Procuradora General de la República, quien sí era del criterio que era posible otorgar a las universidades la potestad de impartir carreras de diplomado.  ¿Cómo esquivó los antecedentes legales? Dijo que existía una sustancial diferencia entre el diplomado que otorgaba la educación superior universitaria, con el diplomado de la educación superior parauniversitaria, por lo que las universidades podían impartir diplomados universitarios, no así diplomados parauniversitarios.  Cualquier experto sabe que no la hay.


Al día de hoy, y a pesar de existir solicitudes para impartir diplomados universitarios, el CONESUP no ha autorizado ni uno solo. Es un ejemplo más de que fiscalización del Estado en materia de educación parauniversitaria y universitaria ha sido nefasta para el país y no ha habido justicia pronta ni cumplida que ampare al sector.