Si
no se plantean las preguntas correctas, difícilmente se obtienen respuestas
correctas. Las preguntas tienen el poder
catalizador para impulsar el descubrimiento y el aprendizaje, y así la
innovación en todos los campos del saber. Saber preguntar también sirve para recabar
mayor información, fortalecer las relaciones interpersonales, evitar
malentendidos, apaciguar situaciones conflictivas, persuadir a las personas y aumentar
la rendición de cuentas, por lo que enseñar a los jóvenes a plantear buenas
preguntas contribuye a desarrollar sus capacidades para resolver problemas, crear
nuevos productos y servicios, y trabajar en equipo.
Siendo
una habilidad cognitiva fundamental para el trabajo y la vida democrática, ¿por
qué las escuelas no estimulan a que los alumnos formulen buenas preguntas?
En
ambientes complejos y cambiantes, es fundamental saber plantear preguntas
abiertas y exploratorias que nos permitan obtener un entendimiento más profundo
de la temática. Las preguntas cerradas típicamente reciben respuestas cortas,
como un sí o un no. Sugieren, a su, vez,
que las preguntas tienen una sola respuesta, lo que comunica una idea equívoca
con respecto a la naturaleza de los problemas y dilemas que plantea nuestra
realidad. A pesar de los beneficios de saber plantear preguntas abiertas, las
preguntas cerradas son las que predominan
en las interacciones educativas y las pruebas evaluativas.
El
que sabe preguntar inicia con preguntas cerradas y evoluciona hacia preguntas
abiertas, solicitando más detalle, explicaciones y argumentos en cada
respuesta. A su vez, sabe escuchar. Muestra interés en lo que dice su interlocutor
y le da suficiente tiempo para contestar, aumentando de esa manera el nivel de
confianza con el entrevistado. Suspende su juicio con respecto al tema hasta no
haber recabado toda la información que requiere para entender la situación a
fondo; asimismo, evita asumir conocer las respuestas al interpretar pausas de
silencio, el tono o el lenguaje corporal de su interlocutor. Estas habilidades
se aprenden solo si se modelan para los alumnos cotidianamente.
El
que sabe preguntar también puede lograr inducir a su locutor a pensar de cierta
manera, en particular cuando sabemos que la respuesta más sencilla es contestar
de forma afirmativa: “¿Es útil esta técnica, cierto?” O bien, puede plantear un
número limitado de opciones de las que otros puedan escoger: “¿Te parece que la
segunda opción es mejor?” No hay mejor
manera de obtener la buena voluntad de las personas que cuando las hacemos
sentir que tienen opciones, aunque estemos permitiéndoles escoger entre
nuestras alternativas preferentes. El entrevistador ético entiende la
diferencia entre persuadir y manipular.
El
currículum no debe girar en torno a respuestas, sino a preguntas.Ya es hora de
que el sistema educativo costarricense ejercite la habilidad de nuestros hijos para
que realicen preguntas profundas, destinando el tiempo a fomentar la discusión
abierta y crítica de los contenidos curriculares que se presentan.
Publicado el 16 de junio de 2014 en el Periódico La República.
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