viernes, 18 de mayo de 2012

Discurso en el Día Contra la Homofobia, 17 de mayo de 2012


Decía en días pasados, en un conversatorio sobre la autonomía universitaria en la UNED, que los académicos valoramos nuestra libertad para poder opinar sobre asuntos de interés público, sin perder nuestro carácter crítico y transformador. ¡Qué mejor momento que el Día Nacional Contra la Homofobia para hacer uso de nuestra libertad de enseñanza y de expresión nuevamente, protegidas por la misma Constitución Política, para pedir un alto a la discriminación y la violencia que experimentan las lesbianas, los gays, bisexuales y personas trans en nuestro país, y para exigir que el Gobierno impulse legislación que proteja los derechos humanos de estas personas, nacidos en igualdad de dignidad y derechos que cualquier otra!


Las personas LGBTI nacen en todas las familias, indistintamente del país, la etnia, la edad, la condición socioeconómica y la creencia religiosa. Son nuestros familiares, nuestros amigos, vecinos, compañeros de estudio y de trabajo. 


Todos tienen el derecho a ser comprendidos, amados y respetados. Sus derechos no dependen de quienes son o a quienes amen.

Sin embargo, parece ser que algunos conciudadanos tienen problemas con la mera existencia de otros seres humanos cuya diversidad sexual, orientación de sus afectos, o sentimiento de pertenencia social, no concuerda con su apariencia o con el sexo identificado en el nacimiento. Tristemente, muchos líderes de opinión, políticos y líderes religiosos han querido hacer creer que las personas LGBTI amenazan las nociones culturales y religiosas de familia y género, por la forma en que se ven o se comportan.

Los prejuicios populares, los chistes de mal gusto y el discurso inflamatorio y agresivo en contra de seres humanos inocentes y vulnerabilizados, atizado por visiones parcializadas de la realidad o desactualizadas de lo que constituye la orientación sexual o la identidad de género, sigue siendo parte de la realidad cotidiana en miles de hogares, medios de comunicación, centros escolares, centros de trabajo y la comunidad costarricense en general. Estas personas son objeto de burla, y son discriminadas, golpeadas y aterrorizadas muchas veces por los mismos que se suponen que deben protegerlos. Además, son obstaculizadas oportunidades para trabajar y aprender, expulsados de sus hogares, y obligados a negar quienes realmente son para protegerse del estigma y el rechazo. Sabemos que muchas personas viven marginación. En muchos casos, la desprotección y el temor les impiden hacer valer sus derechos, una realidad que a nadie parece preocuparle.

Es un fenómeno verdaderamente paradójico, en particular porque la gran mayoría de la población costarricense profesa el cristianismo, fuente de compasión y amor por el prójimo. Adoptando una actitud verdaderamente cristiana, nos tendríamos que preguntar: “¿Cómo me sentiría si fuera prohibido amar a la persona que amo? ¿Cómo me sentiría si fuera discriminado por algo de mí mismo que no puedo cambiar?

Con frecuencia se escuchan creencias como que los gay son pedófilos, que el homosexualismo es una enfermedad que puede ser transmitida o curada, y que los gays motivan a otros a ser gay. Esos argumentos son simplemente falsos y reflejan una grave ausencia de información. La homosexualidad no es un trastorno mental ni una perversión sexual. Estudios internacionales han demostrado que existen múltiples factores biológicos que interactúan con múltiples factores ambientales en la definición de conductas homosexuales. Cualquier explicación simplista es un absurdo reduccionismo de una realidad compleja. Nuestro papel en la Universidad es asegurarnos de difundir el conocimiento existente sobre el homosexualismo y asegurarnos de que todos los miembros de la comunidad universitaria encuentren en ULACIT un espacio de respeto y aprecio a la diversidad; que puedan sentirse cómodos siendo ellos mismos. El Club de Diversidad juega un papel preponderante en impulsar ambos cometidos.

Las actitudes homofóbicas y transfóbicas tienden a legitimar la discriminación y la estigmatización, por lo que el Estado, el máxime protector de los derechos de todos sus ciudadanos, está llamado a actuar con celeridad y eficacia en la defensa de los derechos de esta población. Las personas LGBTI tienen el derecho a la vida en familia, al matrimonio, a la privacidad, a la salud, a la educación, a la integridad física. Las personas LGBTI pueden motivar al Estado a definir legislación que los proteja, pero ocupan el apoyo de todos nosotros, las mayorías, para impulsar el cambio político. No podemos permitir que nadie cometa abusos de los derechos humanos de esta población y que el Estado vuelva la mirada hacia el otro lado, arguyendo que hay otras prioridades. El liderazgo, por definición, significa estar al frente de su gente cuando su gente lo necesita, no cuando le es conveniente. El verdadero liderazgo significa defender la dignidad y derechos de todos los ciudadanos, porque es lo correcto, a pesar del costo político que esa defensa conlleve.

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