lunes, 30 de junio de 2014

Nadie nace con suerte

¿Por qué hay personas que pasan por la vida cosechando éxitos y otros solo fracasos?  ¿Por qué es que hay personas más afortunadas que otras?  La buena suerte de las personas tiene que ver con una disposición optimista hacia la vida; con su capacidad de mantener una mente abierta para observar y aprovechar las posibilidades que se le presentan y de su habilidad de erradicar sus sentimientos de fracaso, preparándose emocionalmente para su próximo éxito. 

Las personas con suerte se rodean de personas optimistas.  Son personas agradecidas, generosas y humildes.  No he conocido a ninguna persona afortunada que no sea, además, una persona ambiciosa, dispuesta a asumir riesgos, confiada en sí misma y altamente competente.

La serendipia, o el hallazgo inesperado que se produce cuando se busca otra cosa, no obedece solamente a la coincidencia o al accidente.  También se le presenta a aquellos que se han planteado un propósito claro, pero asumen un enfoque cognitivo y conductual flexible y productivo hacia la vida.  Existen muchas formas de llegar a nuestro destino, por lo que la persona afortunada no se preocupa en exceso por la ruta y los detalles, sino más bien aprovecha las oportunidades que se le presentan aquí y en el momento.  Busca, además, salirse de su zona de confort, de su rutina habitual, y se interesa por explorar lo que le falta por conocer, porque la novedad y el aprendizaje les generan sentimientos de satisfacción.

Richard Wiseman, autor de The Luck Factor, determinó que aquellos que se consideran afortunados también son más extrovertidos, por lo que tienen mayores probabilidades de establecer redes y relaciones productivas al conocer a muchas personas y mantenerse en contacto con sus amigos y conocidos. Además, tienen menos probabilidades de experimentar sentimientos como la ansiedad, la culpabilidad, el disgusto y la depresión.

¿Por qué algunos siempre tienen suerte y otros nunca? Porque a través del tiempo todos desarrollamos patrones de conducta.  Algunos siempre tendemos a mantener una actitud abierta y positiva hacia las posibilidades que nos ofrece la vida, a pesar de los obstáculos y la crítica, y otros vivimos con miedo, resentimiento, odio y preocupación, lamentándonos de las decisiones y acciones que tomamos en el pasado, así como de las que no tomamos. 

Los buenos resultados producen sensaciones de éxito, por lo que las personas que han tenido suerte en el pasado alimentan su deseo de continuar arriesgándose para continuar siendo exitosos. Los malos resultados nos entristecen a todos, pero los afortunados siguen esforzándose porque saben que saldrán adelante si perseveran, sin preocuparse de lo que resultará mañana. 


Mi mayor descubrimiento es que las personas afortunadas no cuentan con su suerte para sacarlos adelante.  Toman la decisión de pensar de forma optimista, se sacrifican por sus propias metas y toman acciones contundentes para cambiar sus vidas.

lunes, 16 de junio de 2014

Educar para preguntar

Si no se plantean las preguntas correctas, difícilmente se obtienen respuestas correctas.  Las preguntas tienen el poder catalizador para impulsar el descubrimiento y el aprendizaje, y así la innovación en todos los campos del saber. Saber preguntar también sirve para recabar mayor información, fortalecer las relaciones interpersonales, evitar malentendidos, apaciguar situaciones conflictivas, persuadir a las personas y aumentar la rendición de cuentas, por lo que enseñar a los jóvenes a plantear buenas preguntas contribuye a desarrollar sus capacidades para resolver problemas, crear nuevos productos y servicios, y trabajar en equipo. 
Siendo una habilidad cognitiva fundamental para el trabajo y la vida democrática, ¿por qué las escuelas no estimulan a que los alumnos formulen buenas preguntas?
En ambientes complejos y cambiantes, es fundamental saber plantear preguntas abiertas y exploratorias que nos permitan obtener un entendimiento más profundo de la temática. Las preguntas cerradas típicamente reciben respuestas cortas, como un sí o un no.  Sugieren, a su, vez, que las preguntas tienen una sola respuesta, lo que comunica una idea equívoca con respecto a la naturaleza de los problemas y dilemas que plantea nuestra realidad. A pesar de los beneficios de saber plantear preguntas abiertas, las preguntas cerradas  son las que predominan en las interacciones educativas y las pruebas evaluativas.
El que sabe preguntar inicia con preguntas cerradas y evoluciona hacia preguntas abiertas, solicitando más detalle, explicaciones y argumentos en cada respuesta.  A su vez, sabe escuchar.  Muestra interés en lo que dice su interlocutor y le da suficiente tiempo para contestar, aumentando de esa manera el nivel de confianza con el entrevistado. Suspende su juicio con respecto al tema hasta no haber recabado toda la información que requiere para entender la situación a fondo; asimismo, evita asumir conocer las respuestas al interpretar pausas de silencio, el tono o el lenguaje corporal de su interlocutor. Estas habilidades se aprenden solo si se modelan para los alumnos cotidianamente.
El que sabe preguntar también puede lograr inducir a su locutor a pensar de cierta manera, en particular cuando sabemos que la respuesta más sencilla es contestar de forma afirmativa: “¿Es útil esta técnica, cierto?” O bien, puede plantear un número limitado de opciones de las que otros puedan escoger: “¿Te parece que la segunda opción es mejor?”  No hay mejor manera de obtener la buena voluntad de las personas que cuando las hacemos sentir que tienen opciones, aunque estemos permitiéndoles escoger entre nuestras alternativas preferentes. El entrevistador ético entiende la diferencia entre persuadir y manipular.
El currículum no debe girar en torno a respuestas, sino a preguntas.Ya es hora de que el sistema educativo costarricense ejercite la habilidad de nuestros hijos para que realicen preguntas profundas, destinando el tiempo a fomentar la discusión abierta y crítica de los contenidos curriculares que se presentan.
Publicado el 16 de junio de 2014 en el Periódico La República.