La educación representa un derecho y una necesidad; define la clase de
estándar de vida a la que cada individuo puede aspirar. La salud y la felicidad de las personas, su
seguridad económica, sus oportunidades y estatus social son, en gran parte,
producto de sus experiencias de aprendizaje. Asimismo, la educación es
determinante para el bienestar de las naciones, como la suma de experiencias
educativas individuales que tienen implicaciones generales para la sociedad.
En un mundo globalizado, en el que la tecnología, la economía, el
conocimiento, las personas, los valores y las ideas cruzan las fronteras, el
retorno sobre la inversión en educación, y especialmente en educación superior,
es altísimo. Múltiples investigaciones
demuestran que los individuos que logran graduarse de las universidades
obtienen mayores ingresos y por tanto, están en capacidad de generar más
ahorro, por lo que, a su vez, pueden
ofrecer mayores oportunidades de superación a sus hijos e invertir en su salud
y pensión. Además, trabajan en ambientes laborales más seguros y cómodos y
cuentan con más tiempo libre y prestigio personal.
Pero la educación superior no solo beneficia al individuo, sino también
a la sociedad, a través de mayor consumo,
pago de impuestos, inversiones financieras, flexibilidad de la fuerza
laboral y menor inversión social por parte del Estado. Como si fuese poco, los ciudadanos educados
en las universidades tienden a cometer
menos crímenes, son más dados a participar en actividades voluntarias, donar a
las causas sociales, asumir sus funciones cívicas y adaptarse mejor a los
cambios tecnológicos. Los países con
poblaciones más educadas desarrollan sociedades civiles más organizadas y
cohesivas, que se convierten en el capital social que subyace el desarrollo sostenible
en la sociedad del conocimiento.
Parte del rol crítico que juega la educación superior en el mejoramiento
de la calidad de vida se manifiesta en el campo económico. Este es el caso hoy; las economías
globalizadas valoran la competitividad mucho más que antes, y más aún, debido a
que las nuevas tecnologías de información, el crecimiento económico y el
desarrollo social dependen más del conocimiento humano que de la disponibilidad
de recursos naturales.
Como si fuera poco, se ha comprobado que los graduados universitarios,
en general, no son afectados por el desempleo, y ganan salarios ascendientes a
lo largo de sus vidas profesionales.
¿Podría considerarse entonces que en nuestro país existen “suficientes”
graduados universitarios para la estructura productiva del país, como lo
asevera el Estado de la Educación del 2013?
Se gradúa solo el 22% de la población adulta. Mi respuesta es que no hay "suficientes"
costarricenses devengando salarios dignos ni "suficientes" profesionales
que contribuyan con el fortalecimiento de la estructura productiva actual; y
que faltan muchos más profesionales calificados para satisfacer nuestras
aspiraciones en materia de desarrollo.
Artículo publicado en el Periódico La República el 9 de diciembre de 2013.
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