Publicado en el Periódico La República el 2 de mayo de 2013.
No basta que digamos a los muchachos que
deben utilizar uniformes simplementemente porque deben seguir las normas
vigentes de convivencia social. Nadie
tiene que aceptar, ciegamente, las decisiones de otros en una democracia. Tienen el derecho a informarse y la
obligación de reflexionar críticamente sobre las razones por las cuales el
Estado los priva de su derecho constitucional a expresarse con libertad, a
través de su vestimenta. No es lo mismo
cumplir con la ley que respetar la ley. Se respeta la ley cuando se comprende y
se valora positivamente, porque se considera justa y conveniente para la vida
en sociedad.
A favor de que se utilicen uniformes están quienes
valoran el mantener una apariencia ordenada y modesta en las escuelas. Es su
firme convicción que el uniforme mejora la concentración en sus labores
académicas, les enseña a vestirse para el trabajo y a conducirse
profesionalmente. Pretenden establecer
un ambiente escolar más formal; reducir el ausentismo; aumentar la cortesía y
la cooperación, y evitar los problemas de autoestima entre aquellos que no
pueden adquirir una vestimenta más cara.
Los proponentes del uniforme buscan reducir
la visibilidad de las desigualdades sociales, proteger la economía familiar y mejorar
la seguridad en las escuelas. Argumentan
que el uniforme evita que los alumnos escondan armas o drogas entre la ropa
holgada, y distingue a los miembros de un colegio de personas ajenas,
reduciendo así la criminalidad. Además buscan minimizar las distracciones en el
aula y erradicar problemas de discriminación, disciplina y actos violentos
debido a la presión ejercida entre compañeros por vestirse a la moda o con
identificadores característicos de ciertos grupos. Según ellos, el uniforme escolar además crea
sentido de pertenencia y otorga prestigio a cada uno los miembros de un colegio
en particular.
Sin embargo, los defensores de la libre
expresión argumentarían que no existe ningún estudio científico que compruebe,
categóricamente, que el uniforme cumple con ninguno de esos propósitos. Los
pensadores más acuciosos sabrán que la ausencia de evidencia sobre las bondades
de utilizar un uniforme escolar no significa que no existan. Lo que sí es concluyente es que el Poder
Ejecutivo no utilizó datos validados empíricamente cuando decretó el reglamento
que normaba el uso de uniformes, por lo que se podría inferir que la decisión
se basó en preferencias personales, opiniones generalizadas, tendencias populares
u oportunidad política, y no en consideraciones educativas sustentadas por la
ciencia.
Los defensores de la libre expresión dirían
que la Constitución Política garantiza el derecho de los estudiantes a la expresión
personal, que incluye cómo vestirse. Solo podría restringirse si, en el
ejercicio de ese derecho, se violara otro más importante, como el derecho a la
educación. Para evitar que utilicen indumentaria
claramente inapropiada que interfiera con su proceso de aprendizaje, bastaría
con implementar códigos de vestimenta flexibles, que logren la misma economía familiar
que los uniformes actuales. El derecho a
elegir la forma de vestir debería hacerse respetar con más razón en escuelas y
colegios privados, cuya libertad para autodeterminar sus políticas de enseñanza
también está protegida por la Constitución.
Estos defensores de la libertad dirían que
los adolescentes están en una época de sus vidas en la que intentan establecer
su individualismo y su contribución personal al mundo. Una de las formas en que
lo hacen es a través de su apariencia fìsica. ¿Cómo se puede pretender que
tomen decisiones con responsabilidad personal, originalidad e imaginación, si
tratamos de invisibilizar las diferencias individuales y imposibilitamos su
capacidad para decidir?
Argumentan que los jóvenes uniformados no
son más responsables, organizados ni respetuosos de la autoridad. El utilizar
un reglamento de uniformes es una forma
militar y punitiva de hacer que se comporten y obedezcan, una técnica utilizada
por un sistema educativo que no ha podido generar soluciones disciplinarias
apropiadas en sus escuelas. Las causas de fondo de los problemas de conducta en
sí deberían ser atendidas, en lugar de ignorarlas y asignarle la culpa a la
vestimenta. Por otra parte, los
individuos solo pueden ser considerados verdaderamente disciplinados cuando
pueden regular sus propias acciones.
Poco se logra con coartar alguna actividad de una persona, cuya
consecuencia es sencillamente el control inmediato y no el aprendizaje.
Dirían los defensores de la libertad que si
lo que se pretende es invisibilizar las diferencias sociales, no es razonable
que existan distintos uniformes en cada centro educativo, porque este hecho
aumenta las disparidades en apariencia entre los alumnos de distintos
centros. Es preferible eliminar el
uniforme por completo, puesto que los muchachos, de todas formas, son
conscientes de las diferencias socioeconómicas y lo que mejor conviene es que
aprendan a vivir en la vida real, con libertad y responsabilidad social, y no
en un ambiente educativo artificial. La
lección cívica para los defensores de esta postura es fundamental: el problema
de las disparidades sociales no se debe invisibilizar e ignorar, se debe
resolver.
Finalmente,
dirían que conviene eliminar los uniformes porque hay familias que no tienen
las condiciones económicas para asumir su costo. Muchas veces los venden sus
fabricantes a precios monopolísticos.
Si no les
enseñaron esta lección en cívica, los alumnos deben aprenderla cuanto antes:
nadie tiene derecho a restringir las idiosincracias individuales de conducta,
apariencia y atributos físicos de las personas, al menos no sin una explicación
lógica y convincente. Esperamos que
ejerzan su derecho a participar en la vida pública: que investiguen, debatan,
adopten su postura y se hagan escuchar. ¡Costa Rica lo necesita!
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